El dolor es la puerta,
la misma que crucé para encontrarte
cada día, cada minuto de mi vida.
Eras el espejo que respondía sin preguntas
la angustia de la calma sin lógica,
la rutina de la palabra más esperada
el amor sin ojos que me miraba.
Me quemé en tu fuego,
me volví cenizas dispersas en el viento,
más siempre supe volver
a ese pequeño lugar donde cabíamos,
secreto de dos que juraron un día en vano.
Ahora la ausencia aulla,
aunque no haya pasado
más que unos días.
El sólo recuerdo,
el duelo, el amor, la pena,
todo el hueco donde enterrar
la reciente melancolía.
Seguir, es fácil decirlo.
Moriría
si supiera que mañana al regresar
podríamos ejecutar
toda la piel y todo el anhelo
de esta indeleble utopía.
Moriría
sólo sabiendo que al retornar
siempre seriamos nosotros dos
los que no tendrían un final.
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