Intento enfocar,
podría reconocer con los ojos cerrados
tu perfil en un eco borroso y repetitivo
que me cautiva y me duele.
Grito, pero mi voz se pierde.
Te busco, pero lo lejano se torna urgente.
Presa del viento, mi cuerpo se sacude
y es arrojado al piso violentamente;
tiemblo intensamente cada espasmo
de saberte tan cerca sin poder tocarte,
rezando una plegaria de dulce muerte.
Saco mi mejor máscara
en este carnaval de alucinaciones,
me disfrazo de mi misma
y actuó con serenidad
lo anormal de respirar
y al mismo tiempo estar inerte.
La música llega a mi alma
como un explosión de sensaciones,
me sumerge, me ahoga, me sostiene
en una intensidad tan posible
que se torna insoportable.
Al final ya no tengo fuerzas
ni siquiera la torpeza
de no poder disimular
la incipiente y fría tristeza
de no poder encontrarte.
Nunca habrá nada que yo diga
que llegue siquiera a acercarse
a la agonía de la pena,
a esta suicida manera de quererte.
Ni la desidia del desencuentro
en un mismo espacio,
doliente respiro del destino
sucedáneo de un amor cansado y latente.
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