viernes, 10 de abril de 2009


Recuerdo la geografía de Cabalango.

Si cierro los ojos en este momento puedo todavía sentir la nariz ardiendome, el pan casero tibio con mate cocido, la hambruna de una divertida tarde de río yodado, la maraña castaña de mi cabello acompasada por el ritmo del viento, mi abuela durmiendo sentada bajo la sombra de algún árbol.
Cabalango era el verano mágico, la oportunidad de aventurarme con mis primos, el metegol de nochecita, los primeros acordes de una guitarra desafinada junto con la primer pitada a un cigarrillo.Amé a Cabalango. Ahí. Lo amé con toda mi capacidad. Amé su cielo limpio, su tiempo lento, el río fiel, amé sus noches oliendo a leña, su sabor a empanada criolla, su sonido a grillos y agua corriendo.

Hace años que no te veo Cabalango, el tiempo fue mutando y se fue llevando la magia de los veranos, la travesura de saltar de la piedra mas alta, la inocencia del metegol vitoreado.
Me gustaría volver, claro.Volvería al pelo largo, al frío de la noche, a los tábanos y los mosquitos, volvería al agua en el oído, al grito de mi abuela para tomar la leche.
Volvería a sentarme descalza en el pasto húmedo.

Volvería para ver como todo nunca pasó, Cabalango.


L.

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